sábado, 26 de enero de 2013

Se alza la casa de Jehová


Capítulo 4
Se alza la casa de Jehová
Isaías 2:1-5
“VOLVERÁN sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.” Así se traducen las palabras grabadas en un muro de la plaza de las Naciones Unidas, en la ciudad de Nueva York. Durante décadas no se indicó la procedencia de la cita, y ya que el objetivo de la ONU es trabajar en favor de la paz mundial, era fácil atribuirla a quienes en 1945 fundaron dicha organización.
2 Sin embargo, en 1975 se cinceló el nombre de Isaías en el muro, al pie de la cita, y así se puso de manifiesto que esas palabras no tenían origen moderno. De hecho, constituyen una profecía que, escrita hace más de dos mil setecientos años, se halla en lo que hoy es el capítulo segundo del libro de Isaías. Durante milenios, los amantes de la paz se han preguntado cómo y cuándo ocurrirían los sucesos que predijo el profeta. Eso ya no es preciso. Ahora vemos con nuestros propios ojos el extraordinario cumplimiento de esta antigua profecía.
3 ¿Qué naciones vuelven sus espadas en rejas de arado? Está claro que no se trata de las naciones y gobiernos políticos de tiempos modernos. Hasta ahora esas naciones han fabricado armas (“espadas”) tanto para guerrear como para preservar “la paz” mediante el uso de la fuerza. En realidad, su tendencia siempre ha sido la de convertir los arados en espadas. La profecía de Isaías se cumple en representantes de todas las naciones, en personas que adoran a Jehová, “el Dios de la paz” (Filipenses 4:9).
Las naciones que afluyen a la adoración pura
4 El capítulo 2 de Isaías comienza con estas palabras: “La cosa que Isaías el hijo de Amoz contempló en visión acerca de Judá y Jerusalén: Y en la parte final de los días tiene que suceder que la montaña de la casa de Jehová llegará a estar firmemente establecida por encima de la cumbre de las montañas, y ciertamente será alzada por encima de las colinas; y a ella tendrán que afluir todas las naciones” (Isaías 2:1, 2).
5 Observemos que la profecía no es una simple conjetura, pues a Isaías se le ordena que escriba lo que sin falta “tiene que suceder”. Todo lo que Jehová se propone tiene “éxito seguro” (Isaías 55:11). Probablemente a fin de recalcar la fiabilidad de su promesa, Dios inspiró al profeta Miqueas, contemporáneo de Isaías, para que escribiera en su libro la misma profecía que se halla en Isaías 2:2-4 (Miqueas 4:1-3).
6 ¿Cuándo se habría de cumplir la profecía de Isaías? “En la parte final de los días” o, como dice la Nueva Versión Internacional, “en los últimos días”. En las Escrituras Griegas Cristianas se predijeron distintos rasgos que marcarían este período, entre ellos guerras, terremotos, pestes, escasez de alimentos y “tiempos críticos, difíciles de manejar” (2 Timoteo 3:1-5; Lucas 21:10, 11). El cumplimiento de estas profecías aporta muchas pruebas de que estamos viviendo “en la parte final de los días”, en los últimos días del presente sistema mundial. Es lógico, pues, que esperemos ver en nuestro tiempo la realización de lo que predijo Isaías.
Una montaña en la que adorar
7 Isaías pinta en pocas palabras un gráfico cuadro profético. Vemos una montaña encumbrada en cuya cima se alza una casa gloriosa, el templo de Jehová. La montaña se eleva por encima de los montes y colinas circundantes. Aun así, su apariencia no es amenazadora o intimidatoria, sino atrayente. Hay personas de todas las naciones que anhelan ascender a la montaña de la casa de Jehová, que afluyen a ella. Es fácil visualizar el cuadro, pero ¿qué significa?
8 En el tiempo de Isaías, las colinas y las montañas suelen estar vinculadas a la adoración. Muchas de ellas son lugares de culto idolátrico y santuarios de dioses falsos (Deuteronomio 12:2; Jeremías 3:6). Sin embargo, la casa de Jehová, su templo, adorna en Jerusalén la cima del monte Moria. Los israelitas fieles viajan a esta ciudad tres veces al año y suben al monte Moria para adorar al Dios verdadero (Deuteronomio 16:16). Por tanto, la afluencia de las naciones a “la montaña de la casa de Jehová” representa que personas de muchos pueblos se congregarían en torno a la adoración verdadera.
9 Hoy en día, el pueblo de Dios no se reúne en una montaña literal sobre la que se alce un templo de piedra. El templo de Jehová que estaba en Jerusalén sufrió destrucción a manos de los ejércitos romanos en el año 70 E.C. Además, el apóstol Pablo aclaró que tanto aquel templo como el tabernáculo que lo precedió eran representativos. Prefiguraron una realidad espiritual y más grandiosa, “la tienda verdadera, que Jehová levantó, y no el hombre” (Hebreos 8:2). Esta tienda espiritual es la provisión para acercarse a Jehová a fin de adorarlo, y se basa en el sacrificio de rescate de Jesucristo (Hebreos 9:2-10, 23). En armonía con este hecho, “la montaña de la casa de Jehová” mencionada en Isaías 2:2 representa la adoración pura y ensalzada de Jehová en nuestro tiempo. Quienes la abrazan no se congregan en ningún lugar geográfico; es la adoración a Dios lo que los une.
Se pone en alto la adoración pura
10 Según el profeta, “la montaña de la casa de Jehová”, es decir, la adoración pura, llegaría a estar “firmemente establecida por encima de la cumbre de las montañas” y sería “alzada por encima de las colinas”. Mucho antes de que Isaías viviera, el rey David llevó el arca del pacto a Jerusalén, al monte Sión, situado a 760 metros sobre el nivel del mar, donde permaneció hasta que, una vez terminado el templo sobre el monte Moria, la trasladaron allí (2 Samuel 5:7; 6:14-19; 2 Crónicas 3:1; 5:1-10). Por consiguiente, en tiempos de Isaías el arca sagrada ya se había puesto literalmente en alto y colocado en el templo, en un lugar más elevado que las numerosas colinas de los alrededores en las que se adoraba a dioses falsos.
11 Claro está, en sentido espiritual la adoración de Jehová siempre ha sido superior a las prácticas religiosas de quienes sirven a dioses falsos. Sin embargo, en nuestros días Jehová ha ensalzado su adoración hasta los cielos, por encima de toda forma de adoración inmunda, sí, muy por encima de todas “las colinas” y de “la cumbre de las montañas”. ¿Cómo lo ha hecho? En buena medida, reuniendo a cuantos desean adorarlo “con espíritu y con verdad” (Juan 4:23).
12 Cristo Jesús asemejó “una conclusión de un sistema de cosas” a un tiempo de siega en el que los ángeles juntarían a “los hijos del reino”, es decir, a quienes abrigan la esperanza de gobernar con Jesús en gloria celestial (Mateo 13:36-43). Desde 1919, Jehová ha autorizado a “los restantes” de esos hijos para que colaboren con los ángeles en la siega (Revelación [Apocalipsis] 12:17). De modo que primero se reúne a “los hijos del reino”, los hermanos ungidos de Jesús, y luego estos participan en otra obra de recolección.
13 En este tiempo de siega, Jehová ha ayudado progresivamente al resto ungido a entender y poner por obra su Palabra, la Biblia, lo que también ha contribuido a ensalzar la adoración pura. Mientras que “la oscuridad misma [cubre] la tierra, y densas tinieblas a los grupos nacionales”, los ungidos “resplandecen como iluminadores” entre la humanidad, pues Jehová los ha limpiado y refinado (Isaías 60:2; Filipenses 2:15). “[Llenos] del conocimiento exacto de su voluntad en toda sabiduría y comprensión espiritual”, estos ungidos por espíritu “[resplandecen] tan brillantemente como el sol en el reino de su Padre” (Colosenses 1:9; Mateo 13:43).
14 Además de ellos, otras personas han afluido a “la montaña de la casa de Jehová”. Jesús las llamó sus “otras ovejas”, y tienen la esperanza de vivir para siempre en un paraíso terrestre (Juan 10:16; Revelación 21:3, 4). A partir de los años treinta, afluyeron primero por miles, luego por cientos de miles y ahora por millones. En una visión que tuvo el apóstol Juan constituían “una gran muchedumbre, que ningún hombre podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas” (Revelación 7:9).
15 El profeta Ageo predijo la formación de esta gran muchedumbre cuando escribió: “Esto es lo que ha dicho Jehová de los ejércitos: ‘Todavía una vez —es poco tiempo— y voy a mecer los cielos y la tierra y el mar y el suelo seco. Y ciertamente meceré todas las naciones, y las cosas deseables de todas las naciones [aquellos que se unen a los cristianos ungidos en la adoración pura] tienen que entrar; y ciertamente llenaré de gloria esta casa’, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Ageo 2:6, 7). La existencia de esta creciente “gran muchedumbre” y de sus compañeros ungidos pone en alto, sí, glorifica, la adoración pura que se rinde en la casa de Jehová. La historia muestra que jamás ha habido tantos seres humanos unidos en la adoración del Dios verdadero, y ese hecho da gloria a Jehová y a su Rey entronizado, Jesucristo, pues como escribió el rey Salomón, “en la multitud de pueblo está el adorno del rey” (Proverbios 14:28).
La vida de muchas personas ensalza la adoración a Dios
16 Aunque a Jehová le corresponde todo el mérito por el ensalzamiento de la adoración pura en nuestros días, quienes se acercan a él tienen el privilegio de cooperar en esa labor. Tal como subir a una montaña requiere esfuerzo, también lo requiere aprender las justas normas divinas y vivir en conformidad con ellas. Igual que los cristianos del siglo primero, los siervos de Dios de la actualidad han dejado atrás estilos de vida y prácticas que son incompatibles con la adoración verdadera. Fornicadores, idólatras, adúlteros, ladrones, avarientos y borrachos, entre otros, han cambiado y “han sido lavados” a los ojos de Dios (1 Corintios 6:9-11).
17 Es representativa la experiencia de una joven que escribió: “Estaba perdida y sin esperanzas. Llevaba una vida de inmoralidad y borracheras. Contraje varias enfermedades de transmisión sexual. También vendía drogas, y sencillamente no me importaba nada”. Tras estudiar la Biblia, efectuó notables cambios a fin de ajustarse a las normas de Dios. Luego añadió: “Ahora tengo serenidad, autoestima, una esperanza para el futuro, una verdadera familia y, lo mejor de todo, una relación con nuestro Padre, Jehová”.
18 Aun después de alcanzar una condición aprobada ante Jehová, hay que seguir ensalzando la adoración pura poniéndola en un lugar preferente en la vida. Hace miles de años, Jehová expresó por medio de Isaías su confianza en que hoy habría multitud de seres humanos deseosos de hacer de la adoración a Dios lo más importante de su vida. ¿Es usted uno de ellos?
Un pueblo al que se le enseña el camino de Jehová
19 Isaías amplía la información sobre los que hoy en día abrazan la adoración pura: “Muchos pueblos ciertamente irán y dirán: ‘Vengan, y subamos a la montaña de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y él nos instruirá acerca de sus caminos, y ciertamente andaremos en sus sendas’. Porque de Sión saldrá ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová” (Isaías 2:3).
20 Jehová no deja a sus siervos vagar como ovejas perdidas, sino que mediante la Biblia y publicaciones basadas en ella les imparte su “ley” y su “palabra” a fin de que aprendan sus caminos. Este conocimiento los prepara para ‘andar en sus sendas’. Impulsados por un corazón rebosante de agradecimiento, y en conformidad con las instrucciones divinas, hablan entre sí de los caminos de Jehová. Se reúnen en asambleas grandes y en grupos más pequeños —en Salones del Reino y hogares particulares— a fin de escuchar y aprender cuáles son los caminos de Dios (Deuteronomio 31:12, 13). De ese modo siguen el ejemplo de los primeros cristianos, quienes se reunían para animarse e incitarse unos a otros a abundar en el “amor y [...] las obras excelentes” (Hebreos 10:24, 25).
21 También invitan a otras personas a ‘subir’ a la ensalzada adoración de Jehová Dios, lo que encaja a la perfección con la comisión que Jesús dio a sus discípulos poco antes de ascender al cielo. Él les dijo: “Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado” (Mateo 28:19, 20). En obediencia a este mandato, y con el respaldo divino, los testigos de Jehová van por toda la Tierra enseñando, haciendo discípulos y bautizándolos.
Espadas en rejas de arado
22 Ahora llegamos al versículo siguiente, parte del cual se halla inscrito en el muro de la plaza de la ONU. Isaías escribe: “Él ciertamente dictará el fallo entre las naciones y enderezará los asuntos respecto a muchos pueblos. Y tendrán que batir sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra” (Isaías 2:4).
23 Este no sería un logro cualquiera. Federico Mayor, director general de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), dijo en cierta ocasión: “Todas las perversidades de la guerra, tan patentes hoy gracias a los aparatos audiovisuales, no parecen capaces de detener la gigantesca maquinaria bélica puesta en pie y alimentada durante siglos y siglos. Corresponde a las generaciones presentes la casi imposible tarea bíblica de ‘transformar las lanzas en arados’ y transitar desde un instinto de guerra —forjado desde el origen de los tiempos— a una conciencia de paz. Sería el mejor y más noble acto que la ‘aldea global’ podría realizar. El mejor obsequio a nuestros descendientes”.
24 Las naciones en conjunto nunca lograrán ese noble objetivo. Sencillamente está fuera de su alcance. Las palabras de Isaías se cumplen en individuos de muchas naciones, unidos en la adoración pura. Jehová ha ‘enderezado los asuntos’ entre ellos. Ha enseñado a su pueblo a vivir en paz unos con otros. En efecto, en un mundo dividido y desgarrado por la contienda, sus siervos han batido figurativamente sus “espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas”. ¿Cómo lo consiguen?
25 Por un lado, no toman partido en las guerras de las naciones. Poco antes de la muerte de Jesús, unos hombres armados se dispusieron a arrestarlo. Cuando Pedro blandió una espada en defensa de su Maestro, Jesús le dijo: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada perecerán por la espada” (Mateo 26:52). Desde entonces, quienes siguen las pisadas de Jesús han batido sus espadas en rejas de arado y se han negado a tomar las armas para matar a su prójimo, así como a apoyar de otras maneras las actividades bélicas. “[Siguen] tras la paz con todos.” (Hebreos 12:14.)
Sigamos los caminos de la paz
26 La paz del pueblo de Dios implica mucho más que su negativa a intervenir en las guerras. Aunque quienes lo integran se hallan en más de doscientos treinta países y representan innumerables lenguas y culturas, disfrutan de paz entre sí. En ellos se observa un cumplimiento moderno de las palabras que Jesús dirigió a sus discípulos en el siglo primero: “En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí” (Juan 13:35). Los cristianos de la actualidad son “pacificadores” (Mateo 5:9, nota). ‘Buscan la paz y siguen tras ella.’ (1 Pedro 3:11.) Además, los sostiene Jehová, “el Dios que da paz” (Romanos 15:33).
27 Entre quienes han aprendido a ser pacificadores hay ejemplos asombrosos. Un joven escribe respecto a su niñez: “Las experiencias difíciles me enseñaron a defenderme. Me hicieron agresivo, y estaba resentido con la vida. Siempre acababa enzarzándome en alguna pelea. Cada día luchaba con un muchacho distinto del vecindario, unas veces con los puños y otras con piedras o botellas. Crecí siendo muy violento”. Con el tiempo, sin embargo, este joven aceptó la invitación de acudir a “la montaña de la casa de Jehová”; aprendió los caminos divinos y se convirtió en un pacífico siervo de Dios.
28 La mayoría de los que sirven a Jehová no proceden de un entorno tan violento, pero incluso en detalles relativamente pequeños, como manifestaciones de bondad, perdón y empatía, procuran fomentar la paz con el prójimo. Aunque son imperfectos, tratan de seguir el consejo bíblico de continuar “soportándose unos a otros y perdonándose liberalmente unos a otros si alguno tiene causa de queja contra otro” (Colosenses 3:13).
Un futuro de paz
29 Jehová ha efectuado algo maravilloso en esta “parte final de los días”. De todas las naciones ha reunido a personas que desean servirle y les ha enseñado a andar en sus caminos, en los caminos de la paz. Estas son las personas que sobrevivirán a la venidera “gran tribulación” y entrarán en un nuevo mundo pacífico en el que la guerra se habrá eliminado para siempre (Revelación 7:14).
30 Las espadas —las armas— ya no existirán. Acerca de ese tiempo, el salmista escribió: “Vengan, contemplen las actividades de Jehová, como ha establecido acontecimientos pasmosos en la tierra. Hace cesar las guerras hasta la extremidad de la tierra. Quiebra el arco y verdaderamente corta en pedazos la lanza; quema los carruajes en el fuego” (Salmo 46:8, 9). Ante tales perspectivas, la siguiente exhortación de Isaías es tan oportuna hoy como cuando la puso por escrito: “Oh hombres de la casa de Jacob, vengan y andemos a la luz de Jehová” (Isaías 2:5). Sí, que la luz de Jehová ilumine ahora nuestra senda, para que andemos en sus caminos por toda la eternidad (Miqueas 4:5).
[Nota]
Véase el cap. 11, titulado “¡Estamos en los últimos días!”, del libro El conocimiento que lleva a vida eterna, editado por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.
[Preguntas del estudio]
 1, 2. ¿Qué cita aparece grabada en un muro de la plaza de las Naciones Unidas, y cuál es su origen?
 3. ¿Quiénes constituyen las naciones que baten sus espadas en rejas de arado?
 4, 5. ¿Qué predicen los primeros versículos del capítulo 2 de Isaías, y cómo se recalca la fiabilidad de esas palabras?
 6. ¿Cuándo se cumple la profecía de Isaías?
 7. ¿Qué cuadro profético pinta Isaías?
 8. a) ¿A qué están vinculadas las colinas y las montañas en el tiempo de Isaías? b) ¿Qué representa la afluencia de las naciones a “la montaña de la casa de Jehová”?
 9. ¿Qué representa “la montaña de la casa de Jehová”?
10, 11. ¿En qué sentido se ha puesto en alto en nuestros días la adoración de Jehová?
12. ¿Quiénes son “los hijos del reino”, y qué recolección ha tenido lugar?
13. ¿Cómo ha bendecido Jehová al resto ungido?
14, 15. ¿Quiénes son recogidos además de “los hijos del reino”, y cómo lo predijo Ageo?
16-18. ¿Qué cambios han efectuado algunas personas a fin de adorar a Jehová de forma grata a Sus ojos?
19, 20. ¿Qué se enseña al pueblo de Dios, y dónde?
21. ¿En qué obra colaboran los siervos de Jehová?
22, 23. ¿Qué predice Isaías 2:4, y qué dijo al respecto una autoridad de la ONU?
24, 25. ¿En quiénes se cumplen las palabras de Isaías, y cómo?
26, 27. ¿Cómo ‘busca la paz y sigue tras ella’ el pueblo de Dios? Dé un ejemplo.
28. ¿Qué pueden hacer los cristianos para seguir tras la paz?
29, 30. ¿Qué futuro le espera a la Tierra?

“Enderecemos los asuntos”


Capítulo 3
“Enderecemos los asuntos”
Isaías 1:10-31
ES POSIBLE que los habitantes de Jerusalén se sientan tentados a justificarse tras oír la denuncia que se halla en Isaías 1:1-9. Probablemente les gustaría señalar con orgullo a los sacrificios que ofrecen a Jehová. No obstante, en los versículos 10 a 15 hallamos la fulminante respuesta de Jehová a esa actitud, una respuesta que empieza así: “Oigan la palabra de Jehová, dictadores de Sodoma. Presten oído a la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra” (Isaías 1:10).
2 Sodoma y Gomorra sufrieron destrucción, no solo por sus prácticas sexuales pervertidas, sino también por su carácter implacable y altanero (Génesis 18:20, 21; 19:4, 5, 23-25; Ezequiel 16:49, 50). Quienes oyen a Isaías deben de horrorizarse al verse comparados a la gente de aquellas ciudades maldecidas. Pero Jehová ve a su pueblo tal como es, e Isaías no atenúa el mensaje divino para ‘regalarles los oídos’ (2 Timoteo 4:3).
3 Observe lo que piensa Jehová de la adoración ritualista de su pueblo. “¿De qué provecho me es la multitud de sus sacrificios? —dice Jehová—. Suficiente he tenido ya de holocaustos de carneros y de la grasa de animales bien alimentados; y en la sangre de toros jóvenes y corderos y machos cabríos no me he deleitado.” (Isaías 1:11.) El pueblo ha olvidado que Jehová no depende de sus sacrificios (Salmo 50:8-13). Él no necesita nada de lo que los seres humanos puedan ofrecerle, así que la gente está muy equivocada si cree que al presentarle sus ofrendas de mala gana le están haciendo un favor. Jehová utiliza una figura retórica muy eficaz. La expresión “suficiente he tenido” también puede traducirse por “estoy saciado” o “estoy harto”. ¿Alguna vez se ha sentido tan lleno que el simple hecho de ver la comida le resultaba repulsivo? Pues lo mismo siente Jehová por esas ofrendas: una repugnancia total.
4 Jehová pasa a decir: “Cuando ustedes siguen entrando para ver mi rostro, ¿quién es el que ha requerido esto de la mano de ustedes, para hollar mis patios?” (Isaías 1:12). ¿Acaso no es la propia ley de Jehová la que manda que el pueblo ‘entre para ver Su rostro’, es decir, que se presente en Su templo de Jerusalén? (Éxodo 34:23, 24.) Sí, pero ellos lo hacen por simple formalismo. Sencillamente cumplen con los aspectos ceremoniales de la adoración pura, pero sus motivos no son puros. A los ojos de Jehová, las numerosas visitas que hacen a Sus patios solo sirven para ‘hollarlos’, para desgastar el suelo.
5 No sorprende que las palabras que Jehová emplea a continuación sean aún más enérgicas. “Cesen de traer más ofrendas de grano que nada valen. El incienso... me es algo detestable. Luna nueva y sábado, el convocar una convocación... no puedo soportar el uso de poder mágico junto con la asamblea solemne. Sus lunas nuevas y sus períodos de fiesta mi alma ha odiado. Para mí han llegado a ser una carga; me he cansado de llevarlos.” (Isaías 1:13, 14.) Las ofrendas de grano, el incienso, los sábados y las asambleas solemnes forman parte de la Ley que Dios dio a Israel. En cuanto a las “lunas nuevas”, dicha Ley solo estipula que se observen, pero poco a poco se han arraigado algunas tradiciones sanas en torno a la ocasión (Números 10:10; 28:11). La luna nueva se considera un sábado mensual, un día en el que el pueblo deja de trabajar y hasta se congrega para escuchar la enseñanza de profetas y sacerdotes (2 Reyes 4:23; Ezequiel 46:3; Amós 8:5). Esas celebraciones no son incorrectas. El problema estriba en que únicamente guardan las fiestas por aparentar. Además, los judíos están recurriendo al “poder mágico”, es decir, a prácticas espiritistas, al tiempo que observan formalmente la Ley de Dios. Por consiguiente, sus actos de adoración a Jehová son “una carga” a los ojos de este.
6 Pero ¿cómo puede Jehová sentirse “cansado”? Después de todo, cuenta con una “abundancia de energía dinámica [...]. Él no se cansa ni se fatiga” (Isaías 40:26, 28). Jehová emplea una vívida figura retórica para que entendamos sus sentimientos. ¿Nunca ha cargado algo pesado durante tanto tiempo que, exhausto, lo único que deseaba era soltarlo? Así se siente Jehová con los actos hipócritas de adoración que le rinde su pueblo.
7 Jehová pasa entonces a referirse al acto de adoración más íntimo y personal. “Cuando ustedes extienden las palmas de las manos, escondo de ustedes los ojos. Aunque hagan muchas oraciones, no escucho; sus mismas manos se han llenado de derramamiento de sangre.” (Isaías 1:15.) Extender los brazos con las palmas de las manos hacia arriba es un gesto de súplica. Para Jehová, esta postura ya no significa nada, pues el pueblo tiene las manos llenas de derramamiento de sangre. La violencia prolifera en la tierra. Oprimir al débil es lo común. El que esas personas abusivas y egoístas oren a Jehová y le pidan que las bendiga es escandaloso. ¡Con razón les dice que ‘no escucha’!
8 En nuestro día, la cristiandad tampoco se ha granjeado el favor divino con su incesante repetición de oraciones inútiles y sus otras “obras” religiosas (Mateo 7:21-23). Es de vital importancia que nosotros no caigamos en la misma trampa. En ocasiones, un cristiano se desliza a una práctica pecaminosa grave y piensa que con solo ocultar lo que hace y aumentar su actividad en la congregación cristiana, sus hechos contrarrestarán de algún modo su pecado. Esas obras formalistas no agradan a Jehová. Únicamente existe una cura para la enfermedad espiritual, como muestran los versículos siguientes de Isaías.
La cura para la enfermedad espiritual
9 Jehová, el Dios de la compasión, adopta ahora un tono más afectuoso y atrayente. “Lávense; límpiense; quiten la maldad de sus tratos de enfrente de mis ojos; cesen de hacer lo malo. Aprendan a hacer lo bueno; busquen la justicia; corrijan al opresor; dicten fallo para el huérfano de padre; defiendan la causa de la viuda.” (Isaías 1:16, 17.) Hallamos aquí una serie de nueve imperativos o mandatos. Los primeros cuatro son negativos en el sentido de que entrañan abandonar el pecado; los últimos cinco son positivos: implican acciones encaminadas a obtener la bendición de Jehová.
10 El lavado y la limpieza siempre han ocupado un lugar importante en la adoración pura (Éxodo 19:10, 11; 30:20; 2 Corintios 7:1). Pero Jehová desea que la limpieza sea más profunda, que llegue hasta el corazón mismo de quienes lo adoran. La limpieza a la que Jehová se refiere, la más importante de todas, es la de índole moral y espiritual. Los primeros dos mandatos del versículo 16 no constituyen una simple repetición. Según un gramático de la lengua hebrea, el primero, “lávense”, denota un acto inicial de limpiarse, mientras que el segundo, “límpiense”, alude a los esfuerzos continuos por mantener dicha limpieza.
11 A Jehová no podemos ocultarle nada (Job 34:22; Proverbios 15:3; Hebreos 4:13). Por consiguiente, el mandato “quiten la maldad de sus tratos de enfrente de mis ojos” solo puede significar una cosa: que abandonen sus prácticas malvadas. Ello supone no tratar de ocultar pecados graves, pues hacerlo ya constituye un pecado. Proverbios 28:13 advierte: “El que encubre sus transgresiones no tendrá éxito, pero al que las confiesa y las deja se le mostrará misericordia”.
12 Podemos aprender mucho de las acciones que Jehová ordena en los mandatos positivos del versículo 17 del capítulo 1 de Isaías. Observe que no los insta simplemente a “hacer lo bueno”: les dice que “aprendan a hacer lo bueno”. Para entender lo que es bueno a los ojos de Dios y desear hacerlo, hace falta estudiar personalmente Su Palabra. Además, Jehová no se limita a decirles que “hagan justicia”; les manda que “busquen la justicia”. Hasta los ancianos con experiencia necesitan investigar minuciosamente la Palabra de Dios para determinar el proceder correcto en algunas situaciones complejas. Ellos tienen la responsabilidad de ‘corregir al opresor’, como Jehová ordena seguidamente. Estas instrucciones revisten mucha importancia para los pastores cristianos de la actualidad, pues estos desean proteger de los “lobos opresivos” al rebaño (Hechos 20:28-30).
13 Los dos mandatos finales tienen que ver con personas que se cuentan entre las más desvalidas del pueblo de Dios: los huérfanos y las viudas. El mundo no tiene ningún reparo en aprovecharse de ellos, pero eso no debe ocurrir entre el pueblo de Dios. Los ancianos amorosos ‘dictan fallo’ a favor de los huérfanos de la congregación ayudándolos a recibir un trato justo y protección en un mundo que procura explotarlos y corromperlos. Los ancianos ‘defienden la causa’ de la viuda o, según otro significado del término hebreo, “luchan” en su favor. En realidad, todos los cristianos han de ser un refugio y una fuente de consuelo y justicia para los necesitados que se hallan entre nosotros, pues Jehová los considera muy valiosos (Miqueas 6:8; Santiago 1:27).
14 Por medio de estos nueve mandatos, Jehová transmite un mensaje firme y vigoroso. En ocasiones, quienes caen en el pecado llegan a la conclusión de que les es imposible hacer lo correcto. Esas ideas tienen un efecto desalentador, y además, son erróneas. Jehová sabe —y desea que sepamos— que con su ayuda, cualquier pecador puede abandonar su proceder, volverse y practicar lo que es bueno.
Un ruego compasivo y justo
15 El tono de Jehová se hace ahora todavía más cariñoso y compasivo. “Vengan, pues, y enderecemos los asuntos entre nosotros —dice Jehová—. Aunque los pecados de ustedes resulten ser como escarlata, se les hará blancos justamente como la nieve; aunque sean rojos como tela de carmesí, llegarán a ser aun como la lana.” (Isaías 1:18.) La invitación que abre este hermoso versículo suele entenderse mal. Por ejemplo, la Versión Popular dice “vengan, vamos a discutir este asunto”, como si ambas partes tuvieran que hacer concesiones para llegar a un acuerdo. ¡De ninguna manera! Jehová no ha hecho nada malo, y mucho menos en sus tratos con este pueblo rebelde e hipócrita (Deuteronomio 32:4, 5). El versículo no habla de una negociación entre iguales, sino de un foro para establecer la justicia. Es como si Jehová retara a Israel a comparecer a juicio ante un tribunal.
16 Esa perspectiva podría parecer intimidatoria, pero Jehová es el más misericordioso y compasivo de los jueces. Su capacidad para perdonar no tiene igual (Salmo 86:5). Solo él puede limpiar a los israelitas de pecados que son “como escarlata” y hacer que queden “blancos justamente como la nieve”. No hay iniciativa ni fórmula humana, sean obras, sacrificios u oraciones, que pueda eliminar la mancha del pecado. Lo único que puede lavar el pecado es el perdón que Jehová concede y en las condiciones que él establece, entre las que figura un arrepentimiento verdadero, de corazón.
17 Esta verdad es tan importante que Jehová la repite utilizando una variante poética: los pecados “carmesí” llegarán a ser como lana blanca, nueva y sin teñir. Jehová desea que sepamos que él es Aquel que perdona los pecados, hasta los más graves, si ve que estamos sinceramente arrepentidos. A quienes les resulte difícil creer que sus pecados puedan ser perdonados, les convendría examinar ejemplos como el de Manasés, quien pecó de modo horrible y durante muchos años. Sin embargo, se arrepintió y fue perdonado (2 Crónicas 33:9-16). Jehová desea que todos nosotros, incluso los que han cometido pecados graves, sepamos que todavía no es demasiado tarde para que “enderecemos los asuntos” con él.
18 Jehová recuerda a su pueblo que han de elegir. “Si ustedes muestran buena disposición y de veras escuchan, comerán lo bueno de la tierra. Pero si rehúsan y realmente son rebeldes, por una espada serán comidos; porque la mismísima boca de Jehová lo ha hablado.” (Isaías 1:19, 20.) En este pasaje, Jehová pone de relieve diversas actitudes, y otra vez emplea una vívida figura retórica para hacerles entender la situación. Los habitantes de Judá han de escoger entre comer o ser comidos. Si se decantan por escuchar y obedecer a Jehová, comerán el producto de la tierra. Si, por otro lado, persisten en su actitud rebelde, la espada de sus enemigos se los comerá a ellos. Cuesta imaginar que un pueblo prefiera la espada de sus enemigos a la misericordia y generosidad de un Dios que perdona. Pero ese es el caso de Jerusalén, como muestran los siguientes versículos de Isaías.
Una endecha por la ciudad amada
19 En Isaías 1:21-23 constatamos hasta qué punto llega la maldad que reina en la Jerusalén de la época. El profeta da comienzo a un poema inspirado que adquiere la forma de una endecha o lamento: “¡Oh, cómo ha llegado a ser una prostituta la población fiel! Llena estaba de derecho; la justicia misma se alojaba en ella; pero ahora, asesinos” (Isaías 1:21).
20 ¡Qué bajo ha caído la ciudad de Jerusalén! La que antaño fue esposa fiel ahora no es más que una prostituta. ¿Qué pudiera transmitir de forma más vigorosa los sentimientos de Jehová al verse traicionado y defraudado? “La justicia misma se alojaba en” la ciudad. ¿Cuándo? Pues bien, incluso antes de que Israel existiera, allá en los días de Abrahán, la ciudad se llamaba Salem. En ella gobernaba un hombre que era tanto rey como sacerdote. Se llamaba Melquisedec, que significa “Rey de Justicia”, y todo apunta a que hizo honor a su nombre (Hebreos 7:2; Génesis 14:18-20). Unos mil años después de Melquisedec, Jerusalén alcanzó su época dorada durante los reinados de David y Salomón. “La justicia misma se alojaba en ella”, sobre todo cuando sus reyes daban el ejemplo al pueblo y andaban en los caminos de Jehová. Sin embargo, en la época de Isaías, aquellos tiempos no son más que un lejano recuerdo.
21 Parece que la culpa recae, en buena medida, en los dirigentes del pueblo. Isaías prosigue su lamento: “Tu plata misma ha llegado a ser escoria espumajosa. Tu cerveza de trigo está diluida con agua. Tus príncipes son tercos y socios de ladrones. Cada uno de ellos es amador de un soborno y corredor tras regalos. No dictan fallo para el huérfano de padre; y ni siquiera consigue entrada a ellos la causa judicial de la viuda” (Isaías 1:22, 23). Dos elementos gráficos en rápida sucesión sirven de preludio a lo que sigue. En la fragua, el herrero quita la escoria espumajosa de la plata fundida y la tira. Los príncipes y jueces de Israel se asemejan a la escoria, no a la plata. Hay que librarse de ellos. En realidad, no son de más utilidad que la cerveza que se ha diluido con agua y ha perdido su sabor. Una bebida así solo sirve para tirarla.
22 El versículo 23 muestra por qué merecen tal descripción los dirigentes. La Ley mosaica ennobleció al pueblo de Dios y lo separó de las demás naciones. Lo hizo, por ejemplo, al ordenar que se protegiera a los huérfanos y a las viudas (Éxodo 22:22-24). Pero en el tiempo de Isaías, los huérfanos tienen pocas probabilidades de obtener una sentencia favorable. En cuanto a las viudas, ni siquiera pueden conseguir que alguien escuche su caso, y mucho menos que lo defienda. No, esos jueces y caudillos están demasiado ocupados en sus propios intereses, procurando sobornos y regalos y haciéndose socios de ladrones, pues protegen a los delincuentes mientras dejan que sus víctimas sufran. Peor aún, se han hecho “tercos”, empedernidos en su práctica de la maldad. ¡Qué situación tan lamentable!
Jehová refinará a su pueblo
23 Jehová no va a tolerar para siempre ese abuso de poder. Isaías pasa a decir: “Por lo tanto, la expresión del Señor verdadero, Jehová de los ejércitos, el Poderoso de Israel, es: ‘¡Ajá! Me desembarazaré de mis adversarios, y ciertamente me vengaré de mis enemigos’” (Isaías 1:24). En este pasaje, a Jehová se le dan tres designaciones que resaltan su justa soberanía e inmenso poder. La exclamación “¡Ajá!” probablemente significa que a su compasión se añade ahora la determinación de descargar su cólera, y ciertamente hay razón para ello.
24 El propio pueblo de Jehová se ha hecho su enemigo. Se tiene bien merecida la venganza de Dios, quien ‘se desembarazará’ o librará de ellos. ¿Supondrá eso la destrucción total y permanente del pueblo que lleva Su nombre? No, pues Él pasa a decir: “Y de veras volveré mi mano sobre ti, y eliminaré por fundición tu escoria espumajosa como con lejía, y ciertamente quitaré todos tus desperdicios” (Isaías 1:25). Jehová utiliza ahora el proceso de refinación a modo de ejemplo. Los refinadores de la antigüedad solían añadir lejía para separar más fácilmente la escoria del valioso metal. De igual manera, Jehová, que no considera completamente malvado a su pueblo, lo ‘castigará hasta el grado debido’. Solo eliminará de él los “desperdicios”, los individuos tercos e indeseables que se niegan a aprender y obedecer (Jeremías 46:28). Con estas palabras, Isaías tiene el privilegio de poner por escrito hechos históricos antes de que sucedan.
25 Jehová realmente refinó a su pueblo quitando la escoria espumajosa, es decir, los caudillos corruptos y demás rebeldes. En el año 607 a.E.C., mucho después del tiempo de Isaías, Jerusalén fue destruida y sus habitantes llevados a un destierro de setenta años en Babilonia. En algunos aspectos, aquello fue un paralelo de unas medidas que Dios tomó mucho después. La profecía de Malaquías 3:1-5, muy posterior al destierro en Babilonia, indicó que Dios realizaría de nuevo una refinación. Apunta al tiempo en que Jehová Dios visitaría el templo espiritual acompañado de su “mensajero del pacto”, Jesucristo, lo que al parecer ocurrió al final de la I Guerra Mundial. Jehová inspeccionó y efectuó una criba de cuantos afirmaban ser cristianos, separando a los verdaderos de los falsos. ¿Con qué resultado?
26 Jehová responde: “Ciertamente traeré de vuelta otra vez jueces para ti como al principio, y consejeros para ti como al comienzo. Después de esto se te llamará Ciudad de Justicia, Población Fiel. Con equidad Sión misma será redimida, y los de ella que vuelven, con justicia” (Isaías 1:26, 27). Esta profecía se cumplió primero en la Jerusalén antigua. Tras la vuelta de los desterrados a su ciudad amada, en el año 537 a.E.C., hubo de nuevo jueces y consejeros fieles como los del pasado. Los profetas Ageo y Zacarías, el sacerdote Josué, el escriba Esdras y el gobernador Zorobabel guiaron e instruyeron en las sendas de Dios al resto fiel que había regresado. Sin embargo, en el siglo XX tuvo lugar un cumplimiento aún más importante.
27 En 1919, el pueblo de Jehová del día moderno salió de un período de prueba. Se vio liberado de la esclavitud espiritual a Babilonia la Grande, el imperio mundial de la religión falsa. La distinción entre ese resto ungido fiel y el clero apóstata de la cristiandad se hizo patente. Dios bendijo una vez más a su pueblo ‘trayéndoles de vuelta jueces y consejeros’, hombres fieles cuyos consejos se basan en las Escrituras y no en tradiciones humanas. En la actualidad hay miles de tales hombres entre el menguante “rebaño pequeño” y los crecientes millones de “otras ovejas” que se le han unido (Lucas 12:32; Juan 10:16; Isaías 32:1, 2; 60:17; 61:3, 4).
28 Los ancianos tienen presente que, de vez en cuando, hacen de “jueces” en la congregación a fin de mantenerla limpia en sentido moral y espiritual y de corregir a los transgresores. Se preocupan profundamente por actuar como a Dios le agrada, imitando su misericordioso y equilibrado sentido de la justicia. Pero en la mayoría de los casos son “consejeros”, algo muy distinto a ser príncipes o tiranos, y hacen cuanto pueden para ni siquiera dar la apariencia de estar “enseñoreándose de los que son la herencia de Dios” (1 Pedro 5:3).
29 ¿Y la “escoria” que se menciona en la profecía de Isaías? ¿Qué les sucede a quienes rehúsan beneficiarse del proceso de refinación divino? Isaías prosigue: “Y el ruidoso estrellarse de los sublevadores y el de los pecadores será al mismo tiempo, y los que dejan a Jehová se desharán. Porque ellos se avergonzarán de los poderosos árboles que ustedes desearon, y ustedes quedarán corridos a causa de los jardines que han escogido” (Isaías 1:28, 29). Quienes se sublevan y pecan contra Jehová, desoyendo los mensajes de advertencia de sus profetas hasta que es demasiado tarde, realmente se ‘estrellan’ y ‘deshacen’ en el año 607 a.E.C. Ahora bien, ¿qué significan las alusiones a los árboles y los jardines?
30 La idolatría es un problema persistente en Judá. Los árboles, jardines y arboledas son a menudo escenario de sus prácticas depravadas. Por ejemplo, quienes adoran a Baal y su consorte, Astoret, creen que en la estación seca ambas deidades yacen muertas y sepultadas. A fin de que despierten y tengan coito, de modo que la tierra recupere su fertilidad, los idólatras se reúnen para practicar actos sexuales pervertidos bajo los árboles “sagrados” de arboledas o jardines. Cuando llegan las lluvias y la tierra se vuelve fecunda, atribuyen el mérito a los dioses falsos y se reafirman en esas supersticiones. Pero cuando Jehová los hace estrellarse ruidosamente, ningún dios ídolo los protege. Aquellos rebeldes ‘se avergüenzan’ de sus impotentes árboles y jardines.
31 Los idólatras habitantes de Judá se enfrentan, sin embargo, a algo peor que la vergüenza. Jehová cambia ahora de ilustración y los compara con árboles. “Llegarán a ser como un árbol grande cuyo follaje se marchita, y como un jardín que no tiene agua.” (Isaías 1:30.) En el clima caluroso y seco de Oriente Medio, esta ilustración es muy adecuada. Ningún árbol o jardín dura mucho sin un aporte constante de agua. Al secarse, las plantas son muy vulnerables al fuego. De ahí que la ilustración del versículo 31 encaje tan bien en el relato.
32 “El hombre vigoroso ciertamente llegará a ser estopa, y el producto de su actividad una chispa; y ambos ciertamente se harán llamas al mismo tiempo, sin que haya quien extinga.” (Isaías 1:31.) ¿Quién es ese “hombre vigoroso”? La expresión hebrea comunica el sentido de alguien fuerte y rico, y al parecer se refiere al seguidor de dioses falsos, próspero y seguro de sí mismo. Tanto en el tiempo de Isaías como en el nuestro, no faltan hombres que rechazan a Jehová y su adoración pura. Algunos de ellos hasta parecen prosperar. Sin embargo, Jehová advierte de que tales hombres serán como “estopa”, toscas hebras de lino tan endebles y secas que se deshacen, por así decirlo, ante el mero olor del fuego (Jueces 16:8, 9). El producto de la actividad del idólatra —sus dioses ídolos, su riqueza o lo que sea que adore en lugar de a Jehová— será como una “chispa” incendiaria. Tanto la chispa como la estopa serán consumidas, devoradas por un fuego que nadie puede extinguir. Las sentencias de Jehová son perfectas, y no hay poder en el universo que pueda anularlas.
33 ¿Es compatible este mensaje final con el de misericordia y perdón del versículo 18? Claro que sí. Jehová se ha encargado de que sus siervos escriban y transmitan esas advertencias precisamente porque es misericordioso. En realidad, “no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Hoy es un privilegio de todo cristiano verdadero proclamar los mensajes de advertencia divinos a la humanidad, para que quienes se arrepientan puedan beneficiarse del perdón generoso de Dios y vivir para siempre. ¡Qué bondadoso es Jehová al ofrecer a la familia humana la oportunidad de ‘enderezar los asuntos’ con él antes de que sea demasiado tarde!
[Notas]
Según la tradición judía antigua, el malvado rey Manasés ordenó que ejecutaran a Isaías aserrándolo en pedazos (compárese con Hebreos 11:37). Cierta fuente indica que para provocar dicha sentencia de muerte, un profeta falso lo acusó en estos términos: “Ha llamado a Jerusalén Sodoma, y ha declarado que los príncipes de Judá (son) el pueblo de Gomorra”.
La palabra hebrea para “poder mágico” también se traduce “lo que es perjudicial”, “lo que es mágico” y “erróneo”. Según el Diccionario teológico del Antiguo Testamento, los profetas hebreos emplearon la expresión para denunciar el “delito causado por un abuso de poder”.
La expresión “volveré mi mano sobre ti” significa que Jehová dejará de apoyar a su pueblo y lo castigará.
[Preguntas del estudio]
 1, 2. ¿A quiénes compara Jehová a los gobernantes y la gente de Jerusalén y Judá, y por qué es apropiada esa comparación?
 3. ¿Qué da a entender Jehová al decir que ‘ha tenido suficiente’ de los sacrificios del pueblo, y por qué se siente así?
 4. ¿Cómo denuncia Isaías 1:12 el carácter vacío de las visitas que hace el pueblo al templo de Jerusalén?
 5. ¿Cuáles son algunos actos de adoración a Jehová que realizan los judíos, y por qué se han convertido en “una carga”?
 6. ¿En qué sentido se ha “cansado” Jehová?
 7. ¿Por qué ya no escucha Jehová las oraciones de su pueblo?
 8. ¿Qué error comete la cristiandad hoy en día, y cómo han caído en una trampa similar algunos cristianos?
 9, 10. ¿Qué importancia tiene la limpieza en nuestra adoración a Jehová?
11. ¿Qué debemos hacer para combatir el pecado, y qué no debemos hacer?
12. a) ¿Por qué es importante que ‘aprendamos a hacer lo bueno’? b) ¿Cómo pueden los ancianos en particular seguir las instrucciones de ‘buscar la justicia’ y ‘corregir al opresor’?
13. ¿Cómo pudiéramos aplicar hoy en día los mandatos relativos a los huérfanos y las viudas?
14. ¿Qué vigoroso mensaje transmite Isaías 1:16, 17?
15. ¿Qué interpretación equivocada se da en ocasiones a la frase “enderecemos los asuntos entre nosotros”, y cuál es su verdadero significado?
16, 17. ¿Cómo sabemos que Jehová está dispuesto a perdonar incluso pecados graves?
18. ¿Qué opciones da Jehová a su pueblo rebelde?
19, 20. a) ¿Cómo expresa Jehová lo que siente al verse traicionado? b) ¿Por qué puede decirse que ‘la justicia se ha alojado en Jerusalén’?
21, 22. ¿Qué significado tienen la escoria y la cerveza diluida, y por qué merecen tal descripción los dirigentes de Judá?
23. ¿Qué sentimientos manifiesta Jehová hacia sus adversarios?
24. ¿A qué proceso de refinación se propone someter Jehová a su pueblo?
25. a) ¿Cómo refinó Jehová a su pueblo en el año 607 a.E.C.? b) ¿Cuándo refinó Jehová a su pueblo en tiempos modernos?
26-28. a) ¿Qué cumplimiento inicial tuvo Isaías 1:26? b) ¿Cómo se ha cumplido esta profecía en nuestro tiempo? c) ¿Cómo pueden beneficiarse de esta profecía los ancianos de la actualidad?
29, 30. a) ¿Qué decreta Jehová para quienes rehúsan beneficiarse del proceso de refinación? b) ¿En qué sentido llega el pueblo a ‘avergonzarse’ de sus árboles y jardines?
31. ¿A qué consecuencias peores que la vergüenza se enfrentan los idólatras?
32. a) ¿Quién es “el hombre vigoroso” al que alude el versículo 31? b) ¿En qué sentido llegará a ser como “estopa”, qué “chispa” le prenderá fuego, y con qué resultado?
33. a) ¿Por qué puede decirse que las advertencias divinas de la sentencia venidera también revelan su misericordia? b) ¿Qué oportunidad da Jehová a la humanidad, y cómo nos atañe a cada uno de nosotros?

Un padre con hijos rebeldes


Capítulo 2
Un padre con hijos rebeldes
Isaías 1:2-9
COMO cualquier padre amoroso, mantuvo bien a sus hijos. Durante muchos años se ocupó de que no les faltara alimento, ropa y cobijo. Los disciplinó cuando se hizo necesario, pero el castigo nunca fue excesivo, sino “hasta el grado debido” (Jeremías 30:11). Por tanto, podemos imaginarnos el dolor que siente este amoroso padre cuando tiene que declarar: “Hijos he criado y educado, pero ellos mismos se han sublevado contra mí” (Isaías 1:2b).
2 Los hijos rebeldes a los que aquí se alude son el pueblo de Judá, y el padre herido en sus sentimientos es Jehová Dios. ¡Qué lamentable! Jehová ha cuidado a Judá y la ha ensalzado entre las naciones. “Pasé a vestirte con una prenda de vestir bordada y a calzarte con piel de foca y a envolverte en lino fino y a cubrirte con género costoso”, les recuerda más tarde por medio del profeta Ezequiel (Ezequiel 16:10). Sin embargo, los habitantes de Judá en su mayoría no agradecen lo que Jehová ha hecho por ellos. Al contrario, se sublevan contra él.
3 Con razón Jehová hace que sus palabras tocante a aquellos hijos rebeldes vayan precedidas de esta proclamación: “Oigan, oh cielos, y presta oído, oh tierra, porque Jehová mismo ha hablado” (Isaías 1:2a). Siglos antes, los cielos y la Tierra oyeron, por así decirlo, las claras advertencias que se dieron a los israelitas sobre las consecuencias de desobedecer. Moisés dijo: “De veras tomo como testigos contra ustedes hoy los cielos y la tierra, de que positivamente perecerán de prisa de sobre la tierra hacia la cual van a cruzar el Jordán para tomarla en posesión” (Deuteronomio 4:26). Ahora, en el tiempo de Isaías, Jehová convoca a los cielos invisibles y a la Tierra visible para que testifiquen de la sublevación de Judá.
4 La gravedad de la situación exige abordarla con franqueza. Es notable, y también alentador, que aun en esas circunstancias extremas Jehová no se presente ante Judá simplemente como el dueño que la ha comprado, sino como padre amoroso. En efecto, ruega a su pueblo que mire la cuestión desde el punto de vista de un padre angustiado por el descarrío de sus hijos. Es posible que algunos padres de Judá se identifiquen con esa situación y se sientan conmovidos por la analogía. En cualquier caso, Jehová está a punto de exponer sus argumentos contra la nación.
Las bestias saben más
5 Jehová dice por medio de Isaías: “Un toro conoce bien a su comprador, y el asno el pesebre de su dueño; Israel mismo no ha conocido, mi propio pueblo no se ha portado con entendimiento” (Isaías 1:3). El toro y el asno son animales de tiro que a los residentes de Oriente Medio les resultan familiares. Ciertamente, la gente de Judá no puede negar que hasta esas simples bestias tienen un sentido de fidelidad, una clara noción de que pertenecen a un dueño. A este respecto, veamos lo que un investigador de la Biblia presenció al caer la tarde en una ciudad de Oriente Medio: “La manada empezó a dispersarse en cuanto se halló dentro de los muros de la ciudad. Todos los bueyes conocían a la perfección quiénes eran sus amos y el camino a su casa, y ni por un momento se desconcertaron en aquel laberinto de callejones angostos y sinuosos. En cuanto al asno, fue derecho a la puerta y luego al ‘pesebre de su amo’”.
6 Dado que escenas como esa sin duda son comunes en el tiempo de Isaías, el mensaje de Jehová es claro: si hasta una bestia conoce a su dueño y su propio pesebre, ¿qué excusa puede dar la gente de Judá para haber dejado a Jehová? Bien puede decirse que no se han “portado con entendimiento”. Es como si no comprendieran que su prosperidad y su misma existencia dependen de él. Verdaderamente, es una muestra de misericordia el que Jehová aún llame a la gente de Judá “mi propio pueblo”.
7 Que nunca nos portemos sin entendimiento y dejemos de agradecer todo lo que Jehová ha hecho por nosotros. Imitemos más bien al salmista David, quien dijo: “Ciertamente te elogiaré, oh Jehová, con todo mi corazón; de veras declararé todas tus maravillosas obras” (Salmo 9:1). Asimilar continuamente el conocimiento de Jehová nos animará a ello, pues la Biblia dice que “el conocimiento del Santísimo es lo que el entendimiento es” (Proverbios 9:10). Meditar a diario en las bendiciones de Jehová hará que nos sintamos agradecidos y que nunca menospreciemos a nuestro Padre celestial (Colosenses 3:15). “El que ofrece acción de gracias como su sacrificio —dice Jehová— es el que me glorifica; y en cuanto al que guarda un camino fijo, ciertamente le haré ver la salvación por Dios.” (Salmo 50:23.)
Una terrible afrenta al “Santo de Israel”
8 Isaías prosigue su mensaje con palabras contundentes dirigidas a la nación de Judá: “¡Ay de la nación pecadora, el pueblo cargado de error, descendencia malhechora, hijos ruinosos! Han dejado a Jehová, han tratado con falta de respeto al Santo de Israel, se han vuelto hacia atrás” (Isaías 1:4). Los actos de maldad pueden acumularse hasta el punto de convertirse en una carga aplastante. En los días de Abrahán, Jehová calificó los pecados de Sodoma y Gomorra de “muy grave[s]” (Génesis 18:20). Algo parecido ocurre con el pueblo de Judá, pues Isaías dice que está “cargado de error”. Además, los llama “descendencia malhechora, hijos ruinosos”. En efecto, los habitantes de Judá son como hijos delincuentes. Se han “vuelto hacia atrás”, o como lo expresa la versión de la Casa de la Biblia (1992), le han “vuelto la espalda” a su Padre.
9 Por su proceder descarriado, el pueblo de Judá muestra una gran falta de respeto al “Santo de Israel”. ¿Qué denota esta expresión, que se halla veinticinco veces en el libro de Isaías? Ser santo significa ser limpio y puro. Jehová es santo en grado superlativo (Revelación [Apocalipsis] 4:8). A los israelitas les viene a la memoria este hecho cada vez que miran las palabras grabadas en la lámina resplandeciente de oro que lleva el sumo sacerdote sobre el turbante: “La santidad pertenece a Jehová” (Éxodo 39:30). Al utilizar la expresión “el Santo de Israel” para referirse a Jehová, Isaías subraya la gravedad del pecado de Judá. Esos rebeldes están violando directamente el mandato impuesto a sus antepasados: “Tienen que santificarse y tienen que resultar santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:44).
10 Los cristianos de la actualidad han de evitar a toda costa faltarle al respeto al “Santo de Israel”, como hizo Judá. Deben imitar la santidad de Jehová (1 Pedro 1:15, 16). Además, es preciso que “odien lo que es malo” (Salmo 97:10). Prácticas inmundas como la inmoralidad sexual, la idolatría, el robo o la borrachera pueden corromper a la congregación cristiana. Por ese motivo se expulsa de esta a quienes rehúsan abandonarlas. Con el tiempo, a aquellos que de forma impenitente siguen un proceder de inmundicia no se les permitirá recibir las bendiciones del Reino de Dios. Todas esas obras inicuas constituyen, en realidad, una terrible afrenta al “Santo de Israel” (Romanos 1:26, 27; 1 Corintios 5:6-11; 6:9, 10).
Enfermos de pies a cabeza
11 A continuación, Isaías procura que los habitantes de Judá razonen señalándoles la condición enferma en la que se encuentran. Dice: “¿En qué otra parte se los golpeará aún más, puesto que añaden más sublevación?”. Es como si Isaías les preguntara: “¿Es que no han sufrido ya bastante? ¿Por qué se hacen aún más daño persistiendo en su rebelión?”. Entonces prosigue: “Toda la cabeza está en condición enferma, y todo el corazón está endeble. Desde la planta del pie hasta la cabeza misma no hay en él lugar sano” (Isaías 1:5, 6a). Judá se halla en un estado deplorable y malsano, enferma en sentido espiritual de pies a cabeza: un diagnóstico realmente sombrío.
12 ¿Deberíamos sentir lástima por Judá? Ni mucho menos. Siglos antes se advirtió debidamente a toda la nación de Israel del castigo por la desobediencia. Entre otras cosas, se le dijo: “Jehová te herirá con un divieso maligno sobre ambas rodillas y ambas piernas, del cual no podrás ser sanado, desde la planta de tu pie hasta la coronilla de tu cabeza” (Deuteronomio 28:35). Por su terco proceder, Judá está padeciendo en sentido figurado esas mismas consecuencias. Y todo podría haberse evitado si el pueblo tan solo hubiera obedecido a Jehová.
13 Isaías sigue describiendo el lamentable estado de Judá: “Heridas y magulladuras y contusiones frescas... no han sido exprimidas ni vendadas, ni ha habido ablandamiento con aceite”(Isaías 1:6b). El profeta hace alusión a tres tipos de lesiones: heridas (cortaduras, como las infligidas con una espada o cuchillo), magulladuras (verdugones causados por golpes) y contusiones frescas (llagas recientes y abiertas que parecen incurables). La imagen que se presenta es la de un hombre al que se ha castigado con severidad de toda manera imaginable, sin que ninguna parte de su cuerpo haya quedado indemne. Judá está verdaderamente maltrecha.
14 ¿Hace la lamentable condición de Judá que esta se vuelva a Jehová? No. Judá es como el rebelde del que habla Proverbios 29:1: “Un hombre censurado repetidas veces, pero que hace dura su cerviz, de repente será quebrado, y eso sin curación”. La nación no parece tener cura. Como dice Isaías, sus heridas “no han sido exprimidas ni vendadas, ni ha habido ablandamiento con aceite”. En cierto sentido, toda Judá es una llaga, abierta y sin vendar.
15 Lo que pasó con Judá nos enseña que debemos estar en guardia contra la enfermedad espiritual. Al igual que la de índole física, puede afectarle a cualquiera de nosotros. Al fin y al cabo, ¿quién es inmune a los deseos de la carne? La codicia y un deseo excesivo de placeres pueden echar raíces en nuestro corazón. Por lo tanto, hemos de aprender a ‘aborrecer lo que es inicuo’ y ‘adherirnos a lo que es bueno’ (Romanos 12:9). También es preciso que cultivemos en nuestra vida diaria los frutos del espíritu de Dios (Gálatas 5:22, 23). De ese modo evitaremos estar como Judá: espiritualmente enfermos de pies a cabeza.
Una tierra desolada
16 Isaías deja ahora su analogía médica y pasa a hablar del estado en que se halla el territorio de Judá. Como si estuviera contemplando una llanura asolada por la guerra, dice: “La tierra de ustedes es una desolación, sus ciudades están quemadas con fuego; su suelo... directamente enfrente de ustedes, extraños se lo están comiendo, y la desolación es como un derribo por extraños” (Isaías 1:7). Aunque estas palabras se hallan al principio del libro de Isaías, en opinión de algunos biblistas es probable que el profeta las pronunciara en un momento posterior de su carrera, tal vez durante el reinado del malvado rey Acaz. Afirman que el reinado de Uzías fue tan próspero que no encaja con una descripción tan sombría. Si bien no puede establecerse con certeza que el libro de Isaías se compilara en orden cronológico, es posible que sus palabras respecto a la desolación sean proféticas. Lo más probable es que, al pronunciar la citada declaración, Isaías emplee la técnica —utilizada en otros lugares de la Biblia— de referirse a un suceso futuro como si ya hubiera ocurrido para recalcar que la profecía se cumplirá sin falta (compárese con Revelación 11:15).
17 Sea como fuere, la descripción profética de la desolación de Judá no debería tomar por sorpresa a este pueblo terco y desobediente. Siglos antes, Jehová les había advertido de las consecuencias de la rebelión, al decir: “Yo, por mi parte, ciertamente haré desolado el país, y los enemigos de ustedes que están morando en él simplemente se quedarán mirando asombrados a causa de ello. Y a ustedes los esparciré entre las naciones, y ciertamente desenvainaré una espada tras de ustedes; y su tierra tiene que quedar hecha una desolación, y sus ciudades llegarán a ser una ruina desolada” (Levítico 26:32, 33; 1 Reyes 9:6-8).
18 Por lo visto, las palabras de Isaías 1:7, 8 se cumplen durante las invasiones de los asirios, que provocan la caída de Israel y gran devastación y sufrimiento en Judá (2 Reyes 17:5, 18; 18:11, 13; 2 Crónicas 29:8, 9). Judá, sin embargo, no ha sufrido una aniquilación total. Isaías añade: “Y la hija de Sión ha quedado como una cabaña en una viña, como choza de vigilancia en un campo de pepinos, como una ciudad bloqueada” (Isaías 1:8).
19 En medio de toda esa devastación, “la hija de Sión”, Jerusalén, permanecerá en pie. Sin embargo, parecerá muy vulnerable, como una cabaña en una viña o la choza del guardián de un pepinar. Cierto erudito del siglo XIX recordó las palabras de Isaías cuando, bajando por el Nilo, vio chozas de ese tipo, que le parecieron “poco más que un cobijo contra el viento del norte”. En Judá, una vez terminada la siega, se dejaba que esas cabañas se estropearan y desmoronaran. A pesar de todo, por endeble que pudiera parecer ante el avasallador ejército asirio, Jerusalén sobreviviría.
20 Isaías concluye así esta declaración profética: “A menos que Jehová de los ejércitos mismo hubiera dejado que nos quedaran solo unos cuantos sobrevivientes, habríamos llegado a ser justamente como Sodoma, nos habríamos parecido a Gomorra misma” (Isaías 1:9). Jehová finalmente intervendrá a favor de Judá contra el poder de Asiria. A diferencia de Sodoma y Gomorra, no será arrasada, sino que seguirá existiendo.
21 Más de cien años después, Judá volvió a verse amenazada. La disciplina que el pueblo había recibido por medio de Asiria no le sirvió de escarmiento. “Continuamente estuvieron burlándose de los mensajeros del Dios verdadero y despreciando sus palabras y mofándose de sus profetas.” En consecuencia, “la furia de Jehová subió contra su pueblo, hasta que no hubo curación” (2 Crónicas 36:16). El monarca babilonio Nabucodonosor conquistó Judá, y esta vez no hubo nada que quedara en pie “como una cabaña en una viña”. Incluso Jerusalén sufrió destrucción (2 Crónicas 36:17-21). Aun así, Jehová ‘dejó que quedaran unos cuantos’, y a pesar de que Judá aguantó setenta años de destierro, Dios garantizó la continuidad de la nación y en particular de la línea davídica, de la que saldría el Mesías prometido.
22 En el siglo primero, Israel atravesó su última crisis como el pueblo en pacto con Dios. Cuando Jesús se presentó como el Mesías prometido, la nación lo rechazó, y en consecuencia, Jehová los rechazó a ellos (Mateo 21:43; 23:37-39; Juan 1:11). ¿Supuso eso que Jehová ya no tendría una nación especial sobre la Tierra? No. El apóstol Pablo indicó que Isaías 1:9 tenía aún otro cumplimiento. Citando de la versión Septuaginta, escribió: “Así como Isaías había dicho en otro tiempo: ‘A menos que Jehová de los ejércitos nos hubiera dejado descendencia, habríamos llegado a ser justamente como Sodoma, y habríamos quedado justamente como Gomorra’” (Romanos 9:29).
23 En esta ocasión, los sobrevivientes fueron los cristianos ungidos, los cuales demostraron fe en Jesucristo. Este grupo se compuso al principio de cristianos de origen judío, a los que más tarde se unieron otros de origen gentil. Juntos constituyeron un nuevo Israel, “el Israel de Dios” (Gálatas 6:16; Romanos 2:29). Esa “descendencia” sobrevivió a la destrucción del sistema de cosas judío en 70 E.C. De hecho, “el Israel de Dios” aún está con nosotros, y se le han unido millones de creyentes de las naciones, los cuales componen “una gran muchedumbre, que ningún hombre [puede] contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas” (Revelación 7:9).
24 Este mundo pronto se enfrentará a la batalla de Armagedón (Revelación 16:14, 16). Aunque será un conflicto de mayor envergadura que la invasión asiria o babilónica de Judá, e incluso que la devastación romana de Judea del año 70 E.C., habrá sobrevivientes (Revelación 7:14). Es crucial, pues, que todos nosotros tengamos muy en cuenta las palabras que Isaías dirigió a Judá. En aquel entonces llevaron a la supervivencia de las personas fieles, y hoy en día pueden significar supervivencia para los creyentes.
[Notas]
En este contexto, “Israel” se refiere al reino de dos tribus de Judá.
Las palabras de Isaías reflejan la práctica médica de su tiempo. El investigador de la Biblia E. H. Plumptre señala: “‘Cerrar’ o ‘apretar’ la herida purulenta, para limpiarla de pus, era lo primero que se intentaba; a continuación se ‘vendaba’ con una cataplasma —como en el caso de Ezequías ( cap. XXXVIII, 21)—, y luego se usaba algún aceite tónico o ungüento —probablemente aceite y vino, como en Lucas X, 34— para limpiar la úlcera”.
La obra Commentary on the Old Testament, de C. F. Keil y F. Delitzsch, dice: “La alocución del profeta llega aquí a un receso. El hecho de que en este punto se divide en dos secciones separadas se indica con un espacio en blanco entre los vv. 9, 10. Este método de marcar secciones grandes o pequeñas, ya sea dejando espacios en blanco o empezando una nueva línea, es más antiguo que los puntos vocálicos y los acentos, y se fundamenta en una tradición antiquísima”.
[Preguntas del estudio]
 1, 2. Explique cómo ha llegado Jehová a tener hijos rebeldes.
 3. ¿Por qué convoca Jehová a los cielos y la Tierra para que testifiquen de la sublevación de Judá?
 4. ¿En qué papel prefiere presentarse Jehová ante Judá?
 5. A diferencia de Israel, ¿cómo demuestran el toro y el asno un sentido de fidelidad?
 6. ¿Cómo ha dejado de portarse con entendimiento la gente de Judá?
 7. Mencione algunas maneras de mostrar nuestro agradecimiento por las provisiones de Jehová.
 8. ¿Por qué puede llamarse al pueblo de Judá “la nación pecadora”?
 9. ¿Qué denota la expresión “el Santo de Israel”?
10. ¿Cómo podemos evitar la falta de respeto al “Santo de Israel”?
11, 12. a) Resuma la deplorable condición de Judá. b) ¿Por qué no deberíamos sentir lástima por Judá?
13, 14. a) ¿Qué lesiones se le han causado a Judá? b) ¿Hacen los sufrimientos de Judá que esta recapacite en cuanto a su proceder de rebeldía?
15. ¿Cómo podemos protegernos de la enfermedad espiritual?
16. a) ¿Qué dice Isaías sobre el estado del territorio de Judá? b) ¿Por qué afirman algunos biblistas que estas palabras se pronunciaron durante el reinado de Acaz, pero cómo podríamos entenderlas?
17. ¿Por qué no debería tomar por sorpresa al pueblo de Judá la descripción profética de la desolación?
18-20. ¿Cuándo se cumplen las palabras de Isaías 1:7, 8, y de qué modo deja Jehová ‘que queden unos cuantos’ esta vez?
21. ¿Por qué dejó Jehová ‘que quedaran unos cuantos’ tras la destrucción de Jerusalén a manos de Babilonia?
22, 23. ¿Por qué dejó Jehová ‘que quedaran unos cuantos’ en el siglo primero?
24. ¿Qué deben tener en cuenta todos los que desean sobrevivir a la mayor crisis de la humanidad?
[Ilustración de la página 20]
A diferencia de Sodoma y Gomorra, Judá no quedará deshabitada para siempre

Un profeta de antaño con un mensaje actual



Capítulo 1
Un profeta de antaño con un mensaje actual
Isaías 1:1
¿QUIÉN no anhela el fin de los problemas que afronta la humanidad? ¡Cuántas veces, sin embargo, se malogran nuestras expectativas! Soñamos con la paz, pero vivimos plagados de guerras. Amamos la ley y el orden, pero no podemos contener la creciente oleada de robos, violaciones y asesinatos. Deseamos confiar en el prójimo, pero tenemos que cerrar las puertas con llave para protegernos. Queremos a nuestros hijos y tratamos de inculcar en ellos buenos principios, pero muy a menudo contemplamos, impotentes, cómo sucumben a la influencia perniciosa de sus compañeros.
2 Es fácil concordar con Job, quien dijo que el hombre “es de vida corta y está harto de agitación” (Job 14:1). Esas palabras parecen hoy más ciertas que nunca, cuando el deterioro de la sociedad alcanza proporciones nunca vistas. Un senador estadounidense señaló: “Aunque la Guerra Fría ha terminado, el mundo, lamentablemente, se ha hecho más proclive a las venganzas y atrocidades de tipo étnico, tribal y religioso. [...] Hemos rebajado hasta tal punto nuestras normas morales, que gran parte de la juventud se halla confundida, descorazonada y en graves apuros. Estamos recogiendo una cosecha de padres que desatienden a los hijos, divorcios, abusos de menores, embarazos de adolescentes, jóvenes que dejan los estudios, drogas y calles llenas de violencia. Es como si a nuestra casa, después de haber resistido el gran terremoto que llamamos la Guerra Fría, se la estuvieran comiendo las termitas”.
3 Pero no estamos sin esperanza. Hace unos dos mil setecientos años, Dios inspiró a un hombre de Oriente Medio para que pronunciara una serie de profecías que tienen un significado especial para nuestro tiempo. Estos mensajes se hallan en el libro bíblico que lleva el nombre del profeta: Isaías. ¿Quién fue este personaje, y por qué podemos decir que sus profecías, escritas hace casi tres milenios, son una luz para toda la humanidad?
Un hombre justo en tiempos turbulentos
4 En el primer versículo de su libro, Isaías se presenta como “el hijo de Amoz”, y nos dice que fue profeta de Dios “en los días de Uzías, Jotán, Acaz y Ezequías, reyes de Judá” (Isaías 1:1). De ese dato se desprende que fue profeta de Dios para la nación de Judá durante un mínimo de cuarenta y seis años, los cuales al parecer comenzaron a finales del reinado de Uzías, hacia el año 778 a.E.C.
5 En comparación con otros profetas, es muy poco lo que sabemos de la vida privada de Isaías. Sí sabemos que estaba casado y que llamó a su esposa “la profetisa” (Isaías 8:3). Según la obra Cyclopedia of Biblical, Theological, and Ecclesiastical Literature, de McClintock y Strong, esa designación indica que la vida de casado de Isaías “no solo armonizaba con su vocación, sino que estaba estrechamente ligada a ella”. Bien pudiera ser que la esposa de Isaías tuviera su propia comisión profética, al igual que otras mujeres piadosas del Israel antiguo (Jueces 4:4; 2 Reyes 22:14).
6 Isaías y su esposa tuvieron por lo menos dos hijos, ambos con nombres de significado profético. El primogénito, Sear-jasub, acompañó a su padre cuando este comunicó mensajes divinos al malvado rey Acaz (Isaías 7:3). Podemos concluir, pues, que Isaías y su mujer hicieron de la adoración a Dios un asunto de familia, por lo que constituyen un magnífico ejemplo para los matrimonios de nuestros días.
7 Isaías y su familia vivieron durante un período turbulento de la historia de Judá. Los disturbios políticos eran comunes, el soborno corrompía los tribunales y la hipocresía desgarraba el entramado religioso de la sociedad. Las cimas de las colinas estaban llenas de altares a dioses falsos. Hasta hubo reyes que promovieron la adoración pagana. Acaz, por ejemplo, no solo toleró la idolatría entre sus súbditos, sino que él mismo la practicó e hizo “pasar [...] por el fuego” a su propia prole, en sacrificio ritual al dios cananeo Mólek (2 Reyes 16:3, 4; 2 Crónicas 28:3, 4). ¡Y todas aquellas cosas las efectuaban personas que estaban en una relación de pacto con Jehová! (Éxodo 19:5-8.)
8 Es de elogiar que algunos contemporáneos de Isaías —entre ellos unos pocos gobernantes— trataran de fomentar la adoración verdadera. Un ejemplo fue el rey Uzías, que hizo “lo que era recto a los ojos de Jehová”. Aun así, durante su reinado el pueblo estuvo “sacrificando y haciendo humo de sacrificio en los lugares altos” (2 Reyes 15:3, 4). El rey Jotán también “siguió haciendo lo que era recto a los ojos de Jehová”. Sin embargo, “el pueblo todavía estaba actuando ruinosamente” (2 Crónicas 27:2). Puede verse que, durante la mayor parte del ministerio de Isaías, el reino de Judá estuvo sumido en una condición espiritual y moral deplorable. En general, la gente resistió cualquier influencia positiva que viniera de sus reyes. Es obvio que no resultaría fácil proclamar mensajes divinos a un pueblo terco como aquel. No obstante, cuando Jehová planteó la pregunta “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”, Isaías exclamó sin dudarlo: “¡Aquí estoy yo! Envíame a mí” (Isaías 6:8).
Un mensaje de salvación
9 El nombre de Isaías significa “Salvación de Jehová”: un título que sería muy apropiado para su mensaje. Es cierto que algunas de sus profecías son condenatorias, pero el tema de la salvación se impone. Una y otra vez, Isaías mostró que a su debido tiempo Jehová liberaría a los israelitas del cautiverio a Babilonia y permitiría que un resto regresara a Sión y devolviera su antiguo esplendor a la tierra. Sin lugar a dudas, el privilegio de pronunciar y escribir profecías sobre la restauración de su amada Jerusalén le causó gran alegría.
10 Ahora bien, ¿qué tienen que ver con nosotros aquellos mensajes de condena y salvación? Afortunadamente, Isaías no profetiza tan solo para provecho del reino de dos tribus de Judá. Antes bien, sus mensajes tienen un significado especial para nuestro día. Isaías pinta un cuadro glorioso del Reino de Dios, que pronto traerá grandiosas bendiciones a la Tierra. De ahí que gran parte de los escritos de este profeta se centren en el Mesías prometido, el que habría de ser el Rey del Reino de Dios (Daniel 9:25; Juan 12:41). No parece coincidencia que los nombres Jesús (que significa “Jehová Es Salvación”) e Isaías expresen prácticamente la misma idea.
11 Aunque Jesús no nació hasta unos siete siglos después, las profecías mesiánicas del libro de Isaías son tan detalladas y exactas que parecen el relato de un testigo presencial de la vida de Jesús en la Tierra. Tanto es así que, según indica cierta obra, a veces se llama a ese libro “el Quinto Evangelio”. Por tanto, no sorprende que Isaías sea el libro bíblico del que Jesús y sus apóstoles citaron con más frecuencia para identificar con claridad al Mesías.
12 Isaías traza una gloriosa descripción de unos “nuevos cielos y una nueva tierra”, en los que “un rey reinará para justicia misma” y habrá príncipes que gobernarán con rectitud (Isaías 32:1, 2; 65:17, 18; 2 Pedro 3:13). El libro de Isaías señala a la alentadora esperanza del Reino de Dios, con el Mesías, Jesucristo, en el puesto de Rey entronizado. ¡Qué animador es vivir con la gozosa expectativa de la “salvación por [Jehová]”! (Isaías 25:9; 40:28-31.) Por tanto, examinemos con interés el inapreciable mensaje del libro de Isaías. Al hacerlo, nuestra confianza en las promesas divinas se fortalecerá notablemente, y nos convenceremos aún más de que Jehová es de veras el Dios de nuestra salvación.
[Notas]
No ha de confundirse a Amoz, el padre de Isaías, con Amós, que profetizó a principios del reinado de Uzías y escribió el libro bíblico que lleva su nombre.
Hay quienes dicen que “pasar [...] por el fuego” podría simplemente referirse a una ceremonia de purificación. Sin embargo, parece que en este contexto la frase alude a un sacrificio literal. No hay duda de que los cananeos y los israelitas apóstatas realizaron sacrificios de niños (Deuteronomio 12:31; Salmo 106:37, 38).
[Preguntas del estudio]
 1, 2. a) ¿Qué triste situación vemos en el mundo? b) ¿Cómo expresó un senador estadounidense su preocupación por el deterioro de la sociedad?
 3. ¿Qué libro bíblico ofrece de modo especial esperanza para el futuro?
 4. ¿Quién fue Isaías, y en qué período sirvió de profeta de Jehová?
 5, 6. ¿Qué podemos concluir respecto a la vida familiar de Isaías, y por qué?
 7. Resuma la situación de Judá en tiempos de Isaías.
 8. a) Señale qué buen proceder adoptaron los reyes Uzías y Jotán, y si el pueblo siguió su ejemplo. b) ¿Cómo demostró denuedo Isaías en medio de aquel pueblo rebelde?
 9. ¿Cuál es el significado del nombre de Isaías, y qué relación guarda con el tema de su libro?
10, 11. a) ¿Por qué nos interesa actualmente el libro de Isaías? b) ¿Cómo dirige el libro la atención al Mesías?
12. ¿Por qué emprendemos con interés un estudio del libro de Isaías?
[Ilustración y recuadro de la página 7]
¿Quién fue Isaías?
SIGNIFICADO DEL NOMBRE: “Salvación de Jehová”
FAMILIA: Esposa y al menos dos hijos
LUGAR DE RESIDENCIA: Jerusalén
AÑOS DE SERVICIO: Un mínimo de cuarenta y seis, desde alrededor de 778 a.E.C. hasta algún momento posterior a 732 a.E.C.
REYES DE JUDÁ CONTEMPORÁNEOS: Uzías, Jotán, Acaz y Ezequías
PROFETAS CONTEMPORÁNEOS: Miqueas, Oseas y Oded
[Ilustración de la página 6]
Isaías y su esposa hicieron de la adoración a Dios un asunto de familia